domingo, 19 de noviembre de 2017

Y en la inmensidad de la noche, sentía que comprendía. Sentía que su existencia cobraba sentido; se sentía respirar y a su corazón latir, por primera vez; se sentía ser y se sentía sentir. Caminaba por calles oscuras y desiertas, sintiéndose aturdida por los alaridos triunfantes que emitía su conciencia, sonriendo como nunca antes. Miraba el cielo, y sentía que lo veía nítido; se encontraba descubriendo a las estrellas y a la luna como entes alcanzables. Asía la libertad con una mano (en un agarre casi paradójico), mientras que con la otra iba tocando los edificios por los que pasaba.  Acariciaba postes, paredes, autos, con el solo propósito de sentir, de tener la certeza de su estadía sobre la realidad.

De pronto, abrió los ojos; soltó la lapicera (porque escribir con lápiz le parecía signo de debilidad) y volvió a su cama, guardando en su mesita de luz los clichés y las imágenes ya hechas que volvería a usar en su próximo escrito, sin saber cuál de esos  momentos, si la libertad callejera y el cielo alcanzable o el papel y la lapicera bajo la sombra del encierro, era real. ¿Por qué no ambas?

sábado, 11 de noviembre de 2017

Querida Victoria,

Hay tantas cosas que quise decirte y nunca supe cómo poner en palabras; tantas cosas que quiero decirte, en realidad. Tiempo presente. No puedo evitar preguntarme cómo habrían terminado las cosas, cómo habríamos terminado nosotros, si hubiese podido decirlas en su momento. No soy idiota, sé que jamás me hubieses correspondido, pero quizá lo hubieras pensado dos veces antes de hacer lo que hiciste. Quizá si hubieses sabido que por lo menos una persona aún te era fiel, que te amaba incondicionalmente, no lo hubieses hecho. ¿Me siento culpable o responsable por lo que te pasó? No, definitivamente no. ¿Considero que podría haber hecho algo para evitarlo? Haber aprendido a leer mejor tus reacciones, creo. Pero, lo hecho, hecho está: vos te fuiste y yo fui un cobarde que nunca tuvo las agallas suficientes como para decirte que te amaba. Qué pareja. En fin, por lo menos sé que ahora, estando ebrio, habiendo pasado horas mirando una de las únicas fotos que teníamos juntos y llorando como nunca creí posible llorar, puedo decir lo que siento. ¿Te acordás cuando me decías que era mejor sufrir por amor que vivir sumido en el letargo de la monotonía cobarde? Elegí la segunda, y ahora estoy pagando las consecuencias. Tenías razón.