martes, 25 de julio de 2017

Cada vez que lo veo, comienzo a temblar. El monstruo lo sabe, sabe cuánto me afecta, y parece disfrutarlo. Cada vez que lo veo, me dan ganas de gritar. Quiero golpearlo hasta que alguno de los dos quiebre, él o yo, así no tendría que sufrir nuevamente el encuentro. Porque, el miedo que me genera no proviene sólo del hecho de verlo, sino del olvido al que parezco aferrarme entre un encuentro y el otro. No recuerdo lo mal que me hace sentir; no recuerdo cómo me encandila su mirada, haciendo arder de culpa cada célula de mi cuerpo; no recuerdo cómo, en él, veo reflejado todos y cada uno de mis pecados; no recuerdo que ese monstruo aparece cada vez que me encuentro cara a cara con un espejo.

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