Me sentí viva. Por primer vez en
mucho tiempo, tenía la certeza de que lo que estaba viviendo era real. El olor
a cigarrillo ajeno invadía mis fosas nasales; el frío me calaba los huesos,
invadía los pocos centímetros de piel desnuda que me quedaban, y me hacía
temblar de manera incontrolable; sentía las lágrimas descender por mi rostro,
empapándome. Y, a pesar de todo eso, o quizá a causa de ello, me sentí
viva.
El dilema sobre vivir-existir
venía acompañándome desde hacía algunos meses, sin que hubiese logrado aclarar
mis ideas en ningún momento. La única conclusión a la que había llegado era
que, a lo largo de todos estos años, me había limitado a existir. Aún siendo
llamada egoísta, había puesto el complacer a los demás antes que el complacerme
a mí. Era prisionera de mis propias imposiciones, de mis propias trabas y de
mis propios convencionalismos. Quería escapar, sabía que yo era la única que
tenía la llave, pero me negaba a abrir la puerta.
-Y, decime, ¿qué es lo que sí
sabes? ¿Quién crees que sos?
Lo miré. Miré la desierta plaza
de la facultad, la tenue iluminación de los faroles. Miré al más allá. Creo que
incluso logré mirarme.
-Sé que tengo amor para dar, que
eso es lo que quiero hacer. Sé que me gusta hacer reír a los demás porque me
gusta verlos felices.
Sonrió.
-¿Y eso te parece poco? Mucha
gente no está segura de nada, y vos acabas de darme dos certezas.
Me encogí de hombros, sintiendo
cómo las lágrimas seguía cayendo sin que pudiera (ni quisiera) detenerlas.
Quizá tenía razón: tener una certeza dentro del caos que reina nuestras
insignificantes existencias es algo difícil de conseguir; tener dos, podía
darme un punto del cual partir.
-La vida se trata de eso
querida, de intentar sacarse las caretas, ser la mejor versión posible de uno
mismo y quedarse con la gente que te quiere por quien realmente sos.
-¿Y qué pasa si nunca nadie
lograr querer a la verdadera yo? Creo que ese es mi mayor miedo, el no ser
querida. Me aterra pensar que, tarde o temprano, todos vayan a seguir adelante
menos yo. Me aterra la idea de estancarme, sola, y que no quede nadie para
ayudarme a salir.
-No vas a quedarte sola. A lo
mejor no a todos les guste tu verdadero yo (y digo a lo mejor para no asustarte
con la estadística). Seguramente te va a costar, seguramente te van a
cuestionar y seguramente haya quien se aleje. Pero te aseguro que va a haber
quienes se queden, va a haber gente que te quiera solo por eso. Y, creeme, no
hay nada más gratificante que esa gente.
Volví a mirar al más allá. Tenía
que esforzarme. Tenía que encontrarme. Y tenía que dejar de desvivirme por los
demás.
-Gracias.
No podía decirle nada más. Me
acerqué a él y lo abracé, esperando que algunos de los pedazos que se habían
ido rompiendo con el paso del tiempo, volviesen a su lugar. Luego de eso, nos
alejamos. Cada uno siguió su camino, y nunca más lo volví a ver.
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