Samantha.
A veces, sólo a veces, me permito recordar. Son los
momentos en los que mi cuerpo se encuentra en su punto de máxima vulnerabilidad
y en los que ya no tengo fuerzas para luchar contra la oleada de imágenes que
aparecen una tras otra frente a mis ojos. Este es uno de esos momentos.
Observaba a
todos a mi alrededor, analizando una por una a las personas que pasaban junto
al sillón en el que estaba sentada desde las dos de la mañana. ¿Cómo había
logrado Victoria que yo saliese de noche? Aún no podía creerlo.
-Espero que no
la estés pasando muy mal-Dijo Tobías apareciendo a mi lado con dos latas de
cerveza en la mano.
Esbocé una
sonrisa y tomé la que me entregaba. He ahí la razón por la que había venido.
Tobías había sido mi mejor amigo desde que estábamos en primaria. Habíamos
pasado por absolutamente todo juntos, desde nuestros primeros días en un lugar
nuevo y aterrador del que no sabíamos nada más que lo que nos contaban nuestros
hermanos mayores, pasando por la pubertad, hasta los últimos días en el
secundario. Él siempre había estado ahí para mí. Y ese día cumplía 19 años. Por
muy preparada que hubiese estado para huir, por mucho que quisiera alejarme de
mis amigos, alejarlos a ellos del peligro que me acechaba, no podía olvidarme
de su cumpleaños. Después de todo, me quedaban todavía unos cuantos días hasta
la fecha límite. O por lo menos eso era lo que yo pensaba.
-No la estoy
pasando mal.
Tenía que
gritar para poder ser oída. La música estaba a todo volumen y, a nuestro
alrededor, todo era cuerpos en movimiento, transpiración, lascivia, sueños
perdidos, olvido, alcohol, humo. En fin, una fiesta.
-Tus labios
dicen que no, tu cara dice que sí.
Solté una
carcajada y palmeé el espacio vacío que había a mi lado. La verdad es que, a pesar
de que odiaba los boliches y todo lo que se generaba en torno a ellos, era
refrescante sentirse como una adolescente normal aunque sólo fuese por algunas
horas; era refrescante poder ver a mis amigos reír, aunque sabía que podía ser
la última vez.
Tobías se sentó
a mi lado y permanecimos en silencio por un rato, tomando de a pequeños sorbos
la amarga cerveza, siguiendo con el análisis del resto de la gente que pasaba
frente a nosotros. No sé cómo, ni por qué, pero mi amigo terminó apoyando una
de sus manos sobre la que yo había dejado cómodamente estirada en el espacio
vacío entre nosotros. El cálido tacto de su piel contra la mía, helada, era
también algo reconfortante.
-Cuando
Victoria me dijo que venías, creí que me estaba haciendo un chiste.
Arqueé las
cejas.
-¿De verdad
pensaste que iba a faltar a tu cumpleaños? Sos mi mejor amigo bobo.
-Últimamente
estuviste algo…distante.
Sentí culpa
como no sentía hacía días. Había terminado de aceptar el hecho de que para
proteger a mis amigos debía alejarme de ellos; lo estaba logrando. Sin embargo,
ver en los ojos de Tobías que estaba logrando mi cometido, y que a él le dolía,
me hacía querer olvidar todo el papel de heroína que había estado construyendo
en torno a mí, abrazarlo y contarle toda la verdad.
-Estoy
ocupada-Me limité a responder.
-¿Con qué?
Suspiré,
preparándome para decir la décima mentira de la noche. En el último tiempo, la
mentira se había vuelto para mí algo así como una segunda naturaleza.
-Andrea está
siendo muy exigente con todo esto de que quiere que me prepare para el ingreso
a medicina. Ya sabés como es ella.
-Pero estamos
en julio Sam, todavía tenés tiempo. No hace falta que nos excluyas de tu vida.
-Decile eso a
Andrea.
La culpa iba
aumentando cada vez más, de manera directamente proporcional a la decepción de
mi mejor amigo.
-Podría
intentar hablar con ella.
Volví a reír.
-¿Hablar con
Andrea? Como si eso fuera posible.
Antes de que
Tobías pudiese decir algo más, Victoria apareció frente a nosotros con un vaso
de algún brebaje transparente, posiblemente hecho en su mayor parte de vodka,
bailando al compás de la canción electrónica que estaban pasando.
-¿Qué están
haciendo acá?
Incluso con la
música tan alta, nos dimos cuenta que Victoria gritaba.
-Hablando-Respondió
Tobías encogiéndose de hombros.
-No voy a
permitir que pases tu cumpleaños sentado-Dijo la rubia, frunciendo el ceño de
manera cómica-Vamos, arriba. Y vos, mi querida amiga, deberías estar festejando
que, por primera vez en tu vida, la bruja mala liberó a Rapunzel de la torre.
Puse los ojos
en blanco, sin poder contener la sonrisa, y los dos nos pusimos de pie. Después
de todo, les debía unas horas de diversión, de olvidarme de todo.
Antes de
dirigirnos a la pista de baile, mi mejor amiga logró que el barman nos diera un
vaso del mismo líquido transparente que tenía Victoria en la mano, y nos obligó
a hacer fondo blanco. El trago era asqueroso, y podría haber jurado que lo
único que tenía era vodka si no hubiese sido por el efímero sabor dulzón que se
sentía al tragarlo en su totalidad.
-Esto es
asqueroso Vic-Dijo Tobías tras terminar el suyo.
-Pero no hay
nada mejor para olvidar las penas.
La rubia le
guiñó un ojo y, ahí sí, los tres fuimos derecho a bailar. Ya empezaba a
sentirme algo risueña y sentía que todo a mí alrededor daba vueltas. Bailamos,
bailamos y bailamos sin parar por no sé cuánto tiempo. A veces, Victoria
desaparecía y volvía a aparecer minutos más tarde con tres vasos de vaya a
saber qué cosa, que nosotros dos tomábamos sin dudar. A esa altura, ya no me
importaba nada. El lugar definitivamente daba vueltas y todo lo que veía
parecía resultarme divertido. Tobías tuvo que sostenerme varias veces para que
no me estampara la cabeza contra el piso cuando me resbalaba bailando y creo
que una vez me agarró más tiempo del necesario. Victoria movía su cuerpo como
si no hubiese mañana. Me sorprendía ver cuánta movilidad parecía tener: hacía
movimientos que ni si quiera sabía que eran posibles. La estaba pasando bien.
Me estaba divirtiendo. Por un momento, me permití pensar que podía llegar a ser
feliz; que si me olvidaba de todo lo que me preocupaba, si dejaba a Orión, si
dejaba a eso que nos perseguía de lado, podría disfrutar de mi vida como se
suponía debía hacer. Pero los sueños y las esperanzas no son más que meras ilusiones
y, mientras más nos aferramos a ellos, más fuerte nos golpeamos contra la
realidad cuando tenemos que enfrentarla.
-Sam.
Podría
reconocer su voz donde fuese y cuando fuese, sin necesidad de darme vuelta para
comprobarlo.
Orión. Ahí
estaba él, alto, rubio, con sus ojos oscuros fijos en mí destilando miedo y
preocupación. Mis entrañas rugieron, como cada vez que lo veía.
-¿Qué pasó?
A pesar de que
estoy segura de que mi voz salió en un simple susurró, él logró oírme.
-Vino antes.
Esas dos
palabras bastaron para hacer que mi cuerpo entero se tensara, haciéndome volver
al mundo real y poniendo todos mis sentidos en modo de alerta.
-¿Por qué?
Nuevamente un
susurro.
-No sé.
Samantha, sólo sé que tenemos que correr; tenemos que huír.
-¿Y si no
quiero? ¿Qué pasa si no quiero seguir huyendo Orión?
Su rostro,
lleno de cicatrices, se contrajo al captar mis palabras. Por alguna razón, me
distraje pensando si no le dolían las cicatrices cuando las contraía así.
-No podés
quedarte acá sin más. Él vino por nosotros. Va a encontrarte, sabés que lo va a
hacer. Y, cuando lo haga, no va a darte tiempo para meditar si tomaste o no la
decisión correcta, no va a darte opciones y no va a arrepentirse. Si nos quiere
muertos, entonces estamos muertos.
-No tuve tiempo
de despedirme.
-Mejor.
Agarró mi mano
y, sin permitirme mirar atrás, me arrastró por todo el lugar hasta conseguir
que saliéramos afuera. No recuerdo si Victoria y Tobías me vieron, si gritaron
mi nombre o si intentaron alcanzarme. Sólo recuerdo que, al encontrarnos bajo
el manto de la fría noche, teniendo esperanzas de que si nos apurábamos
lograríamos huír, nos encontramos cara a cara con él. Estaba esperándonos,
apoyado contra el auto de Orión, sus ojos rojos clavados en el más allá.
-¿Me
extrañaron?
Como dije, mientras
uno más ilusiones alberga, más duro se da contra la realidad. En nuestro caso,
Orión recibió el golpe por los dos.