lunes, 19 de junio de 2017

Me sentí viva. Por primer vez en mucho tiempo, tenía la certeza de que lo que estaba viviendo era real. El olor a cigarrillo ajeno invadía mis fosas nasales; el frío me calaba los huesos, invadía los pocos centímetros de piel desnuda que me quedaban, y me hacía temblar de manera incontrolable; sentía las lágrimas descender por mi rostro, empapándome. Y, a pesar de todo eso, o quizá a causa de ello, me sentí viva. 
El dilema sobre vivir-existir venía acompañándome desde hacía algunos meses, sin que hubiese logrado aclarar mis ideas en ningún momento. La única conclusión a la que había llegado era que, a lo largo de todos estos años, me había limitado a existir. Aún siendo llamada egoísta, había puesto el complacer a los demás antes que el complacerme a mí. Era prisionera de mis propias imposiciones, de mis propias trabas y de mis propios convencionalismos. Quería escapar, sabía que yo era la única que tenía la llave, pero me negaba a abrir la puerta.
-Y, decime, ¿qué es lo que sí sabes? ¿Quién crees que sos?
Lo miré. Miré la desierta plaza de la facultad, la tenue iluminación de los faroles. Miré al más allá. Creo que incluso logré mirarme.
-Sé que tengo amor para dar, que eso es lo que quiero hacer. Sé que me gusta hacer reír a los demás porque me gusta verlos felices.
Sonrió.
-¿Y eso te parece poco? Mucha gente no está segura de nada, y vos acabas de darme dos certezas.
Me encogí de hombros, sintiendo cómo las lágrimas seguía cayendo sin que pudiera (ni quisiera) detenerlas. Quizá tenía razón: tener una certeza dentro del caos que reina nuestras insignificantes existencias es algo difícil de conseguir; tener dos, podía darme un punto del cual partir.
-La vida se trata de eso querida, de intentar sacarse las caretas, ser la mejor versión posible de uno mismo y quedarse con la gente que te quiere por quien realmente sos.
-¿Y qué pasa si nunca nadie lograr querer a la verdadera yo? Creo que ese es mi mayor miedo, el no ser querida. Me aterra pensar que, tarde o temprano, todos vayan a seguir adelante menos yo. Me aterra la idea de estancarme, sola, y que no quede nadie para ayudarme a salir.
-No vas a quedarte sola. A lo mejor no a todos les guste tu verdadero yo (y digo a lo mejor para no asustarte con la estadística). Seguramente te va a costar, seguramente te van a cuestionar y seguramente haya quien se aleje. Pero te aseguro que va a haber quienes se queden, va a haber gente que te quiera solo por eso. Y, creeme, no hay nada más gratificante que esa gente.
Volví a mirar al más allá. Tenía que esforzarme. Tenía que encontrarme. Y tenía que dejar de desvivirme por los demás.
-Gracias.
No podía decirle nada más. Me acerqué a él y lo abracé, esperando que algunos de los pedazos que se habían ido rompiendo con el paso del tiempo, volviesen a su lugar. Luego de eso, nos alejamos. Cada uno siguió su camino, y nunca más lo volví a ver.

lunes, 12 de junio de 2017

El grito.

Escuchó gritos, lamentos. Sabían a miseria, a desesperación, a incertidumbre, a desorientación. Quiso encontrar la fuente de esos desgarradores gemidos, intentar ayudar (de alguna manera) a su dueño. Se paró y comenzó a correr, buscándola... estaba segura de que era una mujer la que gritaba...
No sabe cuánto tiempo corrió, cuánto tiempo buscó (pueden haber sido minutos, horas, incluso años) hasta que, de pronto, notó que, en todo ese tiempo, los aullidos nunca habían disminuido ni aumentado su volumen, eran siempre iguales. Se detuvo: el descubrimiento, la iluminación. Era ella la dueña del grito, la persona a la que había intentando ayudar.
El grito cesó, llegó el silencio. Cerró los ojos: el descubrimiento era el fin de su camino.

viernes, 9 de junio de 2017

Capítulo 5

Gianna.

-¿Estás bien?-Pregunta dulcemente.
Quiero volver a llorar, aunque no por mí sino por él; por el pobre chico que perdió a su mejor amiga sin saber cuándo ni por qué, el cual tiene a la empatía como segunda naturaleza y, que en lugar de compadecerse a sí mismo por lo mal que lo había hecho sentir la desaparición de Samantha, no hizo más que intentar ser útil para el resto de nosotros. Lo miro a los ojos, intentando ver en ellos la respuesta a la disyuntiva que me plantea su pregunta. ¿Debería decirle la verdad y sumir a otra persona en el mismo estado en el que me encuentro yo? ¿O debería mentirle, procurando que, al menos una de las personas que solían formar parte de la vida de mi hermanita, siguiese disfrutando de las infinitas realidades que estaba viviendo Sam en su cabeza? Porque al no saber dónde estaba realmente ella, podría haber estado en cualquier lado. Y eso era, sin lugar a dudas, mucho mejor que la realidad. Por primera vez, prefiero la incertidumbre antes que la certeza.
-Sí, estoy bien. Peleé con Andrea, nada muy importante.
Ante la falta de una respuesta, elijo irme por las ramas.
-¿Vos peleaste con Andrea? Eso es algo nuevo. ¿Se puede saber por qué?
Se sienta a mi lado en la vereda y pone una de sus manos sobre mi hombro, a modo de consuelo. El confiable y amable Tobías, la única persona capaz de hacer sonreír a cualquiera que se encontrase en estado catártico como en el que estoy yo. No puedp ocultarle la verdad. No a él. Quizá terminaría arrepintiéndome de lo que estoy a punto de decir. Quizá, encubriéndolo como una acción noble, estoy en realidad siendo egoísta y el contarle a Tobías es una forma de no pasar por esto sola. Sea como sea, decido decirle la verdad.
-Sobre Samantha.
Noto como se tensiona todo su cuerpo, empezando por la mano que tiene apoyada en mi hombro. ¿Acaso veo lágrimas en sus ojos? No estoy segura. Le doy unos segundos, analizando su reacción, esperando ver si prefiere que continúe con una explicación o si es él quien quiere hacer las preguntas. Parece elegir la primera opción.
-La encontraron hoy. Parece que está viva después de todo. Ella está en… está….en-Inhalo, exhalo-Samantha está en Rosa de los Vientos.
Ahora no hay dudas de que sus ojos están anegados en lágrimas. Pobre chico. Siento lástima por él. Y siento lástima por mí también. Incluso creo que comienzo a sentir lástima por Andrea y a entender su comportamiento. Al ver llorar a Tobías, al ver cómo su corazón termina de romperse frente a mí, al notar la desesperación que parece abrazarlo, comienzo a sentir ira contra mi hermana. Como no había hecho antes, empiezo a ver a Samantha como la culpable de todo lo que nos está pasando. En mi cabeza, pasa de ser una víctima de su enfermedad, de su destino, de su dolor, a ser el agente creador de nuestra enfermedad, de nuestro destino y de nuestro dolor.
-La verdad es que no tuve tiempo de preguntarle a Andrea cómo fue que la encontraron, pero ellos fueron a verla hoy. La versión de mi madre es que está loca, que no hay posibilidad de recuperarla. Aún no hablé con papá. No sé si estoy preparada. No sé si quiero. Pero supongo que es lo que debería hacer ¿no? Necesito respuestas.
Continúo hablando, sin importarme si Tobías me está escuchando o no.  El decirlo en voz alta me ayuda a procesarlo y, si en efecto me está escuchando, quizá tenga las respuestas que a mí me faltan.
Nuevamente silencio.
Diez segundos y nadie habla.
Veinte segundos y la mano de Tobías poco a poco se aleja de mi hombro.
Cuarenta segundos y comienza a desesperarme el silencio. ¿Dije que no me importaba si me respondía? Mentía. Quiero que alguien me diga qué hacer.
Cincuenta segundos y extraño el calor de su mano sobre mi piel.
Un minuto. Impresionante cómo sesenta segundos pueden volverse interminables.
-Creo que deberías hablar con tu papá Gianna-Murmura finalmente.
Asiento con la cabeza.
Él empieza a pararse, a alejarse de mí, a dejarme otra vez sola sobre la vereda frente al que alguna vez fue mi hogar. Antes de alejarse por completo se da vuelta y me dice:
-¿Podrías llamarme después de que hables con él? Quiero saber la verdad.

Vuelvo a asentir con la cabeza y, ahora sí, me quedo sola.

jueves, 1 de junio de 2017

Capítulo 4

Samantha.

A veces, sólo a veces, me permito recordar. Son los momentos en los que mi cuerpo se encuentra en su punto de máxima vulnerabilidad y en los que ya no tengo fuerzas para luchar contra la oleada de imágenes que aparecen una tras otra frente a mis ojos. Este es uno de esos momentos.
Observaba a todos a mi alrededor, analizando una por una a las personas que pasaban junto al sillón en el que estaba sentada desde las dos de la mañana. ¿Cómo había logrado Victoria que yo saliese de noche? Aún no podía creerlo.
-Espero que no la estés pasando muy mal-Dijo Tobías apareciendo a mi lado con dos latas de cerveza en la mano.
Esbocé una sonrisa y tomé la que me entregaba. He ahí la razón por la que había venido. Tobías había sido mi mejor amigo desde que estábamos en primaria. Habíamos pasado por absolutamente todo juntos, desde nuestros primeros días en un lugar nuevo y aterrador del que no sabíamos nada más que lo que nos contaban nuestros hermanos mayores, pasando por la pubertad, hasta los últimos días en el secundario. Él siempre había estado ahí para mí. Y ese día cumplía 19 años. Por muy preparada que hubiese estado para huir, por mucho que quisiera alejarme de mis amigos, alejarlos a ellos del peligro que me acechaba, no podía olvidarme de su cumpleaños. Después de todo, me quedaban todavía unos cuantos días hasta la fecha límite. O por lo menos eso era lo que yo pensaba.
-No la estoy pasando mal.
Tenía que gritar para poder ser oída. La música estaba a todo volumen y, a nuestro alrededor, todo era cuerpos en movimiento, transpiración, lascivia, sueños perdidos, olvido, alcohol, humo. En fin, una fiesta.
-Tus labios dicen que no, tu cara dice que sí.
Solté una carcajada y palmeé el espacio vacío que había a mi lado. La verdad es que, a pesar de que odiaba los boliches y todo lo que se generaba en torno a ellos, era refrescante sentirse como una adolescente normal aunque sólo fuese por algunas horas; era refrescante poder ver a mis amigos reír, aunque sabía que podía ser la última vez.
Tobías se sentó a mi lado y permanecimos en silencio por un rato, tomando de a pequeños sorbos la amarga cerveza, siguiendo con el análisis del resto de la gente que pasaba frente a nosotros. No sé cómo, ni por qué, pero mi amigo terminó apoyando una de sus manos sobre la que yo había dejado cómodamente estirada en el espacio vacío entre nosotros. El cálido tacto de su piel contra la mía, helada, era también algo reconfortante.
-Cuando Victoria me dijo que venías, creí que me estaba haciendo un chiste.
Arqueé las cejas.
-¿De verdad pensaste que iba a faltar a tu cumpleaños? Sos mi mejor amigo bobo.
-Últimamente estuviste algo…distante.
Sentí culpa como no sentía hacía días. Había terminado de aceptar el hecho de que para proteger a mis amigos debía alejarme de ellos; lo estaba logrando. Sin embargo, ver en los ojos de Tobías que estaba logrando mi cometido, y que a él le dolía, me hacía querer olvidar todo el papel de heroína que había estado construyendo en torno a mí, abrazarlo y contarle toda la verdad.
-Estoy ocupada-Me limité a responder.
-¿Con qué?
Suspiré, preparándome para decir la décima mentira de la noche. En el último tiempo, la mentira se había vuelto para mí algo así como una segunda naturaleza.
-Andrea está siendo muy exigente con todo esto de que quiere que me prepare para el ingreso a medicina. Ya sabés como es ella.
-Pero estamos en julio Sam, todavía tenés tiempo. No hace falta que nos excluyas de tu vida.
-Decile eso a Andrea.
La culpa iba aumentando cada vez más, de manera directamente proporcional a la decepción de mi mejor amigo.
-Podría intentar hablar con ella.
Volví a reír.
-¿Hablar con Andrea? Como si eso fuera posible.
Antes de que Tobías pudiese decir algo más, Victoria apareció frente a nosotros con un vaso de algún brebaje transparente, posiblemente hecho en su mayor parte de vodka, bailando al compás de la canción electrónica que estaban pasando.
-¿Qué están haciendo acá?
Incluso con la música tan alta, nos dimos cuenta que Victoria gritaba.
-Hablando-Respondió Tobías encogiéndose de hombros.
-No voy a permitir que pases tu cumpleaños sentado-Dijo la rubia, frunciendo el ceño de manera cómica-Vamos, arriba. Y vos, mi querida amiga, deberías estar festejando que, por primera vez en tu vida, la bruja mala liberó a Rapunzel de la torre.
Puse los ojos en blanco, sin poder contener la sonrisa, y los dos nos pusimos de pie. Después de todo, les debía unas horas de diversión, de olvidarme de todo.
Antes de dirigirnos a la pista de baile, mi mejor amiga logró que el barman nos diera un vaso del mismo líquido transparente que tenía Victoria en la mano, y nos obligó a hacer fondo blanco. El trago era asqueroso, y podría haber jurado que lo único que tenía era vodka si no hubiese sido por el efímero sabor dulzón que se sentía al tragarlo en su totalidad.
-Esto es asqueroso Vic-Dijo Tobías tras terminar el suyo.
-Pero no hay nada mejor para olvidar las penas.
La rubia le guiñó un ojo y, ahí sí, los tres fuimos derecho a bailar. Ya empezaba a sentirme algo risueña y sentía que todo a mí alrededor daba vueltas. Bailamos, bailamos y bailamos sin parar por no sé cuánto tiempo. A veces, Victoria desaparecía y volvía a aparecer minutos más tarde con tres vasos de vaya a saber qué cosa, que nosotros dos tomábamos sin dudar. A esa altura, ya no me importaba nada. El lugar definitivamente daba vueltas y todo lo que veía parecía resultarme divertido. Tobías tuvo que sostenerme varias veces para que no me estampara la cabeza contra el piso cuando me resbalaba bailando y creo que una vez me agarró más tiempo del necesario. Victoria movía su cuerpo como si no hubiese mañana. Me sorprendía ver cuánta movilidad parecía tener: hacía movimientos que ni si quiera sabía que eran posibles. La estaba pasando bien. Me estaba divirtiendo. Por un momento, me permití pensar que podía llegar a ser feliz; que si me olvidaba de todo lo que me preocupaba, si dejaba a Orión, si dejaba a eso que nos perseguía de lado, podría disfrutar de mi vida como se suponía debía hacer. Pero los sueños y las esperanzas no son más que meras ilusiones y, mientras más nos aferramos a ellos, más fuerte nos golpeamos contra la realidad cuando tenemos que enfrentarla.
-Sam.
Podría reconocer su voz donde fuese y cuando fuese, sin necesidad de darme vuelta para comprobarlo.
Orión. Ahí estaba él, alto, rubio, con sus ojos oscuros fijos en mí destilando miedo y preocupación. Mis entrañas rugieron, como cada vez que lo veía.
-¿Qué pasó?
A pesar de que estoy segura de que mi voz salió en un simple susurró, él logró oírme.
-Vino antes.
Esas dos palabras bastaron para hacer que mi cuerpo entero se tensara, haciéndome volver al mundo real y poniendo todos mis sentidos en modo de alerta.
-¿Por qué?
Nuevamente un susurro.
-No sé. Samantha, sólo sé que tenemos que correr; tenemos que huír.
-¿Y si no quiero? ¿Qué pasa si no quiero seguir huyendo Orión?
Su rostro, lleno de cicatrices, se contrajo al captar mis palabras. Por alguna razón, me distraje pensando si no le dolían las cicatrices cuando las contraía así.
-No podés quedarte acá sin más. Él vino por nosotros. Va a encontrarte, sabés que lo va a hacer. Y, cuando lo haga, no va a darte tiempo para meditar si tomaste o no la decisión correcta, no va a darte opciones y no va a arrepentirse. Si nos quiere muertos, entonces estamos muertos.
-No tuve tiempo de despedirme.
-Mejor.
Agarró mi mano y, sin permitirme mirar atrás, me arrastró por todo el lugar hasta conseguir que saliéramos afuera. No recuerdo si Victoria y Tobías me vieron, si gritaron mi nombre o si intentaron alcanzarme. Sólo recuerdo que, al encontrarnos bajo el manto de la fría noche, teniendo esperanzas de que si nos apurábamos lograríamos huír, nos encontramos cara a cara con él. Estaba esperándonos, apoyado contra el auto de Orión, sus ojos rojos clavados en el más allá.
-¿Me extrañaron?

Como dije, mientras uno más ilusiones alberga, más duro se da contra la realidad. En nuestro caso, Orión recibió el golpe por los dos.